Cae la tarde plácidamente. El Pabellón número
dos, hospital psiquiátrico, segundo piso, caras desvirtuadas por la angustia de
no tener sus drogas acostumbradas, se reúnen a jugar cartas en la sala de estar.
Esas mujeres son las mujeres que han ido
a parar al pabellón de los menos agresivos. Algunos lo son pero las drogas
legales hacen su efecto cuando reaccionan en forma violenta, también hay un par
de mujeres de edad que cuentan con orgullo las razones del por qué están ahí
encerradas mientras cumplen condenas por haber dado muerte a sus esposos. Una mujer flaca a la que se le ven
los huesos como en una radiografía se mira en un espejo y alega que está muy
gorda y no quiere recibir su merienda, ella está hospitalizada por anoréxica.
En el pabellón número dos sorprende ver a la
niña rubia, aun distinguida, hermosa, de voz suave. Las otras le miran con
curiosidad pensando en que puede ser una modelo. Ella está angustiada al considerar injusto se
le interne por ser consumidora de drogas, no reconoce ser adicta. Bueno, todas
las que llegan a ese estado dicen lo mismo. No es su culpa porque la droga les
impide reconocer esas verdades tan dolorosas. Mira con miedo, rabia, el lugar donde ella no pertenece, no es su
hábitat, pero ahí está ella, junto a las otras que ya son antiguas. Le dicen el “pabellón de las recién llegadas”, el de las jovencitas
rebeldes que dejan su casa un día cualquiera para salir a navegar por la vida
con rumbo desconocido. Sed de aventuras. Sed de tener experiencias que le han
contado esas amigas mal intencionadas que nunca faltan. Todo es tentación a sus veinte años. Ahora, quizá, se convenza que necesita un cambio de vida. Recorre con sensaciones encontradas el lugar.
Todo es novedoso: emociones, ansiedad,
curiosidad. Algunos se acercan, la saludan con un” hola” inseguro. Todas la
miran, ella siente cómo llama la atención su presencia allí. Todos le dicen “Hola niña rubia”.
La sacan a dar una vuelta junto a las otras.
Recorren por fuera todos los otros pabellones. Mira con sorpresa esas caras
asustadas, agrestes, rudas. Son personas con dolores arraigados que se reflejan
en sus rostros ajados, cuerpos cansados.
Miran a un punto desconocido. Sus ojos se clavan en punto
definido mientras van balanceando sus cuerpos. Los pasillos son oscuros, un poco tétricos; murallas altas imposibles de
saltar. Guardias por todos lados esperando, deseando que algo diferente ocurra
para evitar el tedio de tener que cuidar a esos seres humanos desviados de su ruta por la vida. Ellos son los guardias que deben evitar que se
arranque y huyan del edificio. Ellos saben
que son individuos que eligieron
la droga, el alcohol, la marihuana, otras y otras yerbas que lo único
que hacen es dañar el cerebro de los “débiles”, apartando
de sus vidas el hogar tranquilo que los acoge y los guarda. Familia sin
gracia dicen algunos, aquellos hijos rebeldes que han optado por saltar pasos
en la vida logrando con ello romper los vínculos familiares, rompiendo las
normas, las reglas establecidas por la sociedad.
¿Dónde quedaron las enseñanzas morales y éticas?.
¿Dónde quedó escondida la decencia, el
pudor?. Droga maldita que hace perder la conciencia del bien y del mal. Alcohol
que nubla la mente y corrompe el alma rompiendo las neuronas bien nacidas que
al nacer a la vida su madre aportó en sus genes. Aquella yerba que mentirosa engaña a la ley diciendo que es
buena no reconociendo que su uso conlleva a otros vicios. Así pasan los días
que parecen interminables. Las horas se hacen eternas provocando el miedo, el
terror a lo desconocido. Así pasa el
tiempo y entre pastillas y líquidos se les van pasando los días.
Ella es
conversadora y no se aisla de los otros, a pesar de sus miedos quiere descubrir
el misterio de aquellas vidas. Nunca vio nada parecido dándose cuenta que
ha vivido lejos de una realidad
desconocida. Ni siquiera conoce en qué lugar de la ciudad existe ese hospital. Todo le llama la atención es como un juguete
nuevo que nunca tuvo. Pero el hastío
aparece dejando las huellas del cansancio del día. Ve su rostro grabado en la ventana de la sala de fumadores. Allí está
ella con sus apenas veinte años a
cuestas. Que pesado le parecen ahora
aquellos días perdidos en ese encierro que aún no sabe cuándo acabará.
La noche invade el recinto. Las enfermas no pueden circular por los pasillos. Siente un
timbre que le indica que debe retirarse a dormir con las otras compañeras. Le teme a
la oscuridad de la habitación, ella sabe que puede tener algún problema con las enfermas
agresivas. Piensa un instante en cómo
será el día siguiente. No sabe si la
familia vendrá de visita. Por las experiencias de sus compañeras piensa
en que a ella también la pueden abandonar ahí en ese lugar tan inhóspito, tan
frío e indiferente. El llanto asoma a
sus ojos y piensa en que debería estar en su cama junto a su hija pequeña. Se
lamenta y se promete dejar todo lo malo
y recuperar lo que hace tiempo ha venido perdiendo por su irresponsabilidad. Se
da cuenta que debe recuperar su respeto,
su mente, su esencia de mujer sana y
buena.
La luz de la habitación se apaga, sólo entra la
luz apenas perceptible del pasillo. Los ojos se le cierran y duerme plácida
como niña inocente…
Derechos Reservados
Ivonne Concha Alarcón
04.FEB.2010
Santiago de Chile
No hay comentarios:
Publicar un comentario